Ps. Alejandra Silva Arenas, psicóloga perinatal y terapeuta de parejas, socia fundadora Centro SerMujer
El debut de nosotras las mujeres en el planeta maternidad, es una experiencia que nos transforma la vida. Ser madre, nos cambia la perspectiva desde donde miramos el mundo, nos descentra de este egocentrismo en que todo se trata de uno mismo, nos cambia la jerarquía de valores, nos obliga a mirar afuera, a este niño, a este bebé que depende del todo de nuestro cuidado.
Criar, muchas veces conlleva el postergarnos en pro de otro que requiere de nosotras para sobrevivir, dejar de lado nuestro cansancio cuando lloran a media noche y necesitan que los amamantemos, o que le cambiemos los pañales porque están incómodos, o de atender alguna molestia corporal o emocional.
Así se nos va pasando el tiempo, al punto que muchas veces terminamos por olvidar algo esencial en la ecuación de la crianza: el Autocuidado, el atender nuestras necesidades básicas de descansar, de dormir, de conectar con otras personas que nos inyecten energía para seguir adelante y poder tener una maratón de despertares nocturnos sin sucumbir en el intento.
Cuidar a otros, solo se puede sostener, en la medida que nos atendemos a nosotras mismas y validamos nuestras emociones, nuestros sentimientos, nuestra necesidad de ser escuchadas y contenidas por nuestros seres queridos.
Parece algo tan esencial, tan obvio, pero al mismo tiempo tan poco habitual en un número no menor de madres.
Muchas veces se subentiende que el descanso es un privilegio reservado sólo para algunos, que la maternidad es una especie de compromiso con el sacrificio, donde el velar por el bienestar personal es un sacrilegio. Cómo si el tener un hijo te despojara de inmediato del derecho a dormir, a estar cansada, a querer juntarte con tus amigas, a privilegiar a ratos por los intereses profesionales o tan solo de desarrollo personal.
En la atención clínica de mujeres durante la etapa de crianza de niños pequeños, es tan común escuchar la desesperación de muchas, por no sentirse vistas, ni por sus parejas ni por la red de apoyo. Pareciera ser que todo el trabajo que hacen por cuidar y ocuparse del bienestar de sus hijos se diera por supuesto, que, si se hace desde el amor por ellos, no tendría por qué generar cansancio.
Y entonces en esta trampa, se termina por invisibilizar la calidad de seres humanos de estas mujeres, y se las pone en el lugar de una especie de súper héroes que todo lo pueden, que no necesitan nada más, por el sólo hecho de estar haciendo algo en nombre del amor.
Amar y cansarse, son dos verbos que no se contraponen en lo absoluto.
Se puede amar con locura, y al mismo tiempo desear que alguien más pueda suplantarte en tareas tan cotidianas como, hacer dormir, calmar un llanto, cambiar pañales o tan solo entretener al pequeño o pequeña.
Dar, implica tener algo. Tener energía, disposición, atención, amor propio.
Las madres necesitamos validar lo que sentimos, reconocer nuestras necesidades corporales, emocionales y expresarlas, aprender a poner límites, a delegar y darnos espacios para estar con nosotras mismas, para disfrutar de nuestra vida más allá de la maternidad.
El autocuidado no es un lujo ni un capricho, es una necesidad básica de cualquier ser humano.